Lo Sagrado Laico.
No podríamos entender el Madrid del siglo XX sin traspasar los muros del Ateneo dibujado a través de las figuras que han pasado por sus estancias. Los sueños de hombres y mujeres se entrecruzan por los pasillos, y el aura del ateneísta de ayer y de hoy, se puede sentir por todo el recinto. Institución, que admiro y que ha participado en la vida social y política del país, desde su fundación.
En octubre de este año, el más viejo de sus socios, don Luís González de Candamo pasó a ser historia del eterno Ateneo, como antes lo fuera, su padre don Bernardo, bibliotecario de la Junta y otros ilustres personajes de nuestra historia - larga lista de intelectuales, políticos, escritores y artistas -.
Y claro, esa innata curiosidad de aprendiz de historiador que siempre me acompaña, me obligo a conocer que había detrás de esa figura; y que mejor que leer, la conferencia que dio el 23 de octubre de 2008, titulada: “El Madrid sitiado: la vida cultural durante la Guerra Civil. Recuerdos de un ateneísta”. En ella, lo primero que me pellizcó e hizo que me envolviera, fue sus referencias a Unamuno, ese hombre, al que yo, en su faceta de escritor admiro, pero en la de intelectual, al menos en lo que se refiere a la defensa de los sublevados del 36, no tengo en gran estima. La primera referencia fue como en don Luís, late un descubrimiento que antes hizo el autor de Niebla: “la existencia no es otra cosa que la inserción del tiempo en la carne”. Y claro, al final de leer esta conferencia, no me quedó más remedio que recordar la vida, con sus “claros oscuros” como la de todos, de Miguel de Unamuno y por supuesto, uno de sus últimos actos públicos, en la Universidad de Salamanca”, el 12 de octubre de 1936, aquel “día de la Raza”, que yo llamaría “de la Vergüenza”. En un momento de valentía y, en gran medida, de reconocimiento de su error, Unamuno dejo de creer, que detrás de los militares sublevados y los pseudo intelectuales que les apoyaban, podía encontrar algo de regeneración, intelectualidad o esperanza en el futuro y pronunció la frase:
«Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho».
Y por supuesto, detrás de esto, no puedo resistirme a analizar que hay detrás de la palabra “sagrado”.
Como en otras ocasiones, La Iglesia ha acaparado la memoria y gran parte de la vida civil de los ciudadanos. Hizo suyas las fiestas paganas de los solsticios o de las cosechas; los atributos de los dioses fueron traspasados a los santos y con ello, consiguen adueñarse del calendario y de la propia vida y muerte de los hombres y mujeres que vieron como su vida, e incluso su esperanza de eternidad les condenaba a un negro presente. Los sacramentos fueron usados para este fin, decidían quien pertenecía al “pueblo de Dios” mediante el bautizado; obligaban a confirmar esta pertenencia mediante la confirmación; debías casarte por su rito; y decidían quien iba o no al cielo, ejerciendo el control del individuo mediante la confesión.
En este apoderarse de ámbito social, también se apoderan de lo sagrado. Decidieron que lo sagrado es todo aquello que representa lo eterno e inmutable que prevalece en la esencia de Dios y todo lo demás se convierte en profano. Y entonces, ¿mentía Unamuno cuando pensaba que el recinto universitario era sagrado? ¿Tenían razón los militares y los falangistas cuando gritar en su seno ¡Mueran los malos intelectuales! ¡Viva la muerte! ?.
Yo creo, como Unamuno que la Universidad en un recinto sagrado del saber y gritos como ¡Muerte a la intelectualidad! o el grito legionario ¡Viva la muerte! son sacrílegos. Creo que es sagrado el Ateneo y la memoria de los ateneístas; la emoción de un padre cuando siente, por primera vez, como su hijo le agarra con su pequeña manita, un dedo; la calidez de un beso en un atardecer de dos enamorados; la tranquila conversación de dos amigos que se confían sus sentimientos; el silencio en una biblioteca; o la recuperación de la memoria perdida.
Este “sagrado laico” que es de todos, debe defenderse de toda apropiación indebida y ello se consigue, recuperando la memoria y haciéndola de todos. No podemos consentir que decidan que tiene que ser para mí, y peor, para todos, Sagrado. Debemos hacerles entender que su sagrado, y nuestro sagrado, no se contraponen, simplemente son distintos. Todos debemos respetar su sagrado, que en gran medida es mi sagrado pero no tiene porqué ser de todos; y ellos y nosotros, debemos respetar ese Sagrado eterno, que sí debe y tiene que ser de todos.
No me queda más que añadir: ¡Vivan los intelectuales! ¡Viva la vida! y ¡Tres veces Vivan!