El otro día, por curiosidad, puse en “San Google” mi nombre entre comillas para ver que aparecía. Y mi sorpresa fue ver un trozo de un pequeño texto, que yo escribí hace años en un foro, y que Amalia Montorfano, miembro también del mismo, me pidió permiso para ponerla en su Web, a lo que yo accedí. El texto es el siguiente:
"...No sabéis lo que me complace estar en contacto con personas que pueden entender la emoción que se siente cuando se añade un nuevo dato de la historia de nuestra familia; cuando un nuevo miembro, un nuevo lugar, una nueva profesión,... nos recuerda quién fuimos y por qué somos. Aquellos que nos precedieron nos dejaron una herencia no medible. Su trabajo como zapateros, comerciantes, pescadores, alcaldes, labradores,
jornaleros...ayudó a forjar nuestra educación...
jornaleros...ayudó a forjar nuestra educación...
Muchas veces siento que ‘Aquellos que Vivieron’ esperan pacientemente que los
encontremos, que los saquemos de su reposo, porque ellos viven en nosotros."
El texto, como la información en Internet, ha dado la vuelta por el mundo, y en muchas referencias he seguido viendo mi autoria, lo que agradezco. Me ha emocionado saber que gente muy distinta a mí, y a la que la mayoría no conoceré nunca, se ha sentido identificada, y ha sentido la emoción, que he sentido yo, al encontrar a “Aquellos que Vivieron”.
Desde entonces, probablemente finales de los 90 del siglo pasado hasta hoy, muchos miembros de mi familia han partido. Ya no están mis abuelos Franco Alonso Martín, Higinia Gracia Ortiz de Elguea, Elena García Alonso; tampoco está mi hermana María Elena Según Alonso (Marile), ni mi primo José Manuel García Según, ni tampoco mi tía-abuela Concepción Alonso Martín; faltan tíos y tías…
Todos ellos han dejado una huella y una marca imborrable en mi existencia, como si de un tatuaje se tratara. Un tatuaje que me recuerda, lo corta que es la vida y lo importante que es el hoy, y la lucha por construir un mundo mejor. El problema es que en este momento no luchamos por un mundo mejor, sino para que no nos arrebaten el que tenemos. Estamos perdiendo derechos que varias generaciones de luchadores por la libertad consiguieron, y como no hagamos algo, el mundo del bienestar saltará por los aires, sino lo ha hecho ya.
En mi tercer camino a Santiago desde Sarria, en 2010, recogí una piedra que me acompañó todo el Camino. Desde entonces está situada en la mesa donde trabajo y cada día al mirarla, me recuerda, que mi deber como ciudadano es luchar, luchar y luchar y negarme a estar callado. Se lo debemos a “Aquellos que vivieron” y nos esperan pacientemente, pero también, y más importante a “Aquellos que vienen detrás”.
Espero, que los míos, algún día, se sientan orgullosos de que “yo viva en ellos”.